La proliferación de espacios dedicados a huertos urbanos ha abierto grandes posibilidades a la práctica de la horticultura en lugares cercanos a los domicilios. Son lugares privilegiados con acceso a agua que se comparten para que cada usuario exprese su forma de entender la vida. Son huertos pequeños que se cultivan sucesivamente año tras año. Estas iniciativas no se pueden entender si no se realiza una práctica ecológica de la horticultura que las harán perdurables.
El terreno de cultivo varía de 25 a 100 m2, dedicado a autoconsumo lo que supone que todos los años se cultiva el 100 % del suelo. Esto puede llegar a agotarlo si no se practican de forma estricta rotaciones de al menos cuatro años. La siembra repetida en el mismo sitio de solanáceas (patatas, tomates, pimientos, berenjenas) y cucurbitáceas (pepino, calabacín, calabazas) principalmente agotará el suelo.
Otra problemática de estos espacios es la falta de planificación de la demanda de agua así como un mal uso del riego y la salinización de los suelos. No se valora inicialmente la demanda que puede suponer un cultivo intensivo de hortícolas con lo que se realizan restricciones del abastecimiento que generan consumos exagerados ante el temor a la falta de agua. La mayoría no sabe lo que consume, siendo muy recomendable la instalación de contadores en cada parcela. Cualquier acción encaminada al buen uso del riego, el ahorro de agua y unos cálculos previos nos encaminarán a hacer más viables los proyectos.
Si a ello unimos que no hay un compromiso individual de cada persona con su huerto a largo plazo sino que en cuestión de unos pocos años se tienen que ceder para que otras personas ejerzan la misma actividad, no es posible establecer una correlación responsable con la tierra. Se hace necesario evaluar la demanda para buscar espacios alternativos y si no hay posibilidad de adjudicar parcelas individuales se deberían plantear proyectos comunitarios.