La keniana Wangari Maathai , Premio Nobel de la Paz en 2004 tuvo un sueño: llenar de árboles su país. Para ello creó el Movimiento Cinturón Verde y, poco a poco, llegó a plantar más de 30 millones. Su iniciativa fue recogida en el proyecto la Gran Muralla Verde, la reforestación más ambiciosa que se haya proyectado jamás en el continente africano.
Esta faraónica iniciativa que comenzó en 2007 intenta cubrir de acacias y otras especies autóctonas una línea de 8.000 kilómetros de largo y 15 de espesor que cruzará once países del continente africano desde el océano atlántico al mar Rojo. Una coalición de países africanos se ha unido para combatir uno de los problemas más acuciantes al sur del Sahara: la desertificación, el progresivo avance hacia el sur del desierto que está convirtiendo el Sahel en una yerma extensión polvorienta. El Sur de Mauritania, Senegal, Malí, Burkina Faso, Níger, norte de Nigeria y Camerún, así como Chad, Sudán y Eritrea conforman la Franja del Sahel, conocida como “el cinturón del hambre”.
La desertificación ha forzado a miles de personas a abandonar sus casas en esta zona, ya que la imposibilidad de realizar cultivos de subsistencia por la falta de agua y la erosión de las tierras de cultivo agravaron el grave problema de sequía que azota la región.
Sin embargo, el inicio del movimiento reforestador ha movilizado a miles de personas que antes pasaban hambre, pero que ahora recorren el muro verde en busca de trabajo, por lo que la Gran Muralla Verde africana ha revitalizado la economía local.
Senegal es el país que más ha contribuido a la creación del muro con la plantación de once millones de acacias, especie autóctona y muy resistente a largos periodos de sequía. Las hojas de este muro vegetal proveen de compost a los suelos y las frondosas copas elevan la humedad ambiental y ofrecen su sombra a los lugareños, lo que también contribuye a reducir el gasto de agua en una región acostumbrada al racionamiento de este preciado recurso.
Las raíces de los árboles mantienen el agua atrapada bajo tierra y protegen el suelo de la erosión, lo que permite que el líquido elemento vuelva a fluir en los pozos secos gracias a esta coraza verde contra el desierto.
Aunque en un principio los esfuerzos parecían concentrarse en la reforestación, el proyecto ha ido evolucionando hacia un conjunto de acciones en consenso con las autoridades locales. Va desde la construcción de bancales y de pozos hasta la colocación de barreras para impedir que el viento erosione la tierra, la fijación de dunas en Mauritania o el cultivo de arbustos y malezas que permitan recuperar suelos degradados.
Esta muralla verde tiene sus detractores. Según algunos la barrera vegetal es contraproducente para los objetivos de desarrollo, ya que trabaja solo sobre el perímetro de la zona y no en el problema real. Para aumentar la seguridad alimentaria y apoyar a las comunidades locales deben crear amplias superficies de cultivos en vez de partes estrechas, como es el caso de la muralla.
Otros denuncian que la premisa del proyecto es errónea, que la desertificación del Sahel no está siendo causada por la invasión de arena del Sahara sino por la escasez de lluvia, la concentración de población y la sobreexplotación agrícola. Y esta barrera no actúa sobre estos problemas.